lunes, 16 de marzo de 2009

Vida vacia: Atravéz de la bruma III. [...continuación...]



     [Bajo la sombra de un árbol me acosté, y los ojos muy lento cerré. A un lado de mi, Carlos encendía un cigarrillo; Julieta lo mirava divertida, mientras peinaba los cabellos que escapaba tras el viento. El sol proporcionaba un clima cálido. Todo alrededor brillaba.]





     El agua estaba helada, pero se sentía bien cuando golpeaba tiernamente mi espalda. Estuve quince minutos en la regadera. Un momento inspirador. Ameno.
     Cogí la toalla y comencé a secar mi cuerpo a prisa. El aire que me tocaba probocava un frío que erizaba por completo mi piel. Sandra me esperaba. Desnuda.

     La conocí en el centro. Trabajaba en una cantina. Su uniforme le hacia lucir muy bella. Regresaba con frecuencia a ese lugar solo para poder verla, y escasamente, hablar con ella. El par de palabras que compartiamos hacían de eso, el mejor instante de mi vida:
     -¿Algo de tomar joven?
     -¿Eh?
     Me estremecía cada que ella me regalaba una sonrisa. Su manera de caminar producía un tipo de hipnosis en mí. Era sorprendente darme cuenta de que mi imaginación hacia cosas impresionantes con mi sentido de real visión, pues cada que la veía acercarse a mí, mis ojos visualizaban un rayo de luz que la iluminaban. Así observaba detenidamente su escultural silueta. Era un ser divino entre mortales comunes.
     Compartiamos gustos en común, como los paseos por el campo al atardecer, ir al cine y demás. El gusto por el rock nos llevó a compartir conciertos espectaculares, que tubieron lugar en varios puntos de la República. Que tiempos.


     Caminé
               lentamente
                         hacia ella. Se veía tan linda bajo la sabana blanca. Su aroma corporal después del baño era, y sigue siendo, el mejor perfume que eh aspirado.
     Esa noche sin estrellas la pasamos haciendo el amor hasta la llegada nunca impuntual del primer rayo de sol.

     El recorrido de la playa a casa fue tranquilo, corto y sin charla alguna. Los dos estábamos agotados. Fue un día muy largo. 
Divertido.


     Jaime se levantó muy temprano esta mañana. Ya hacia 2 semanas desde que llevó a Sandra a pasar la tarde a la playa. Hiba rumbo a la plaza oriente, serca de la costa, de compras. Se preguntaba si Sandra aun dormia. Si pensaba en él.
     No tenia un empleo como cualquiera. De hecho, no creía que fuera un buen empleo. Y no lo era. Oh no. Era limpiador. Asesino. Asesino de gente rica. Algún sujeto lo solicitava para realizar una tarea, encargarse de poner en su lugar a sujetos que causaban problemas en la vida de éstos.
     Él hacia su trabajo sin hacer preguntas, ya que esos asuntos no era de su incumbencia. Eso hacia que Jaime fuera de los mejores limpiadores. Su trabajo no es lo importante.

     Las calles estaban muy húmedas. Había en ellas una niebla muy densa, poco trafico. Jaime se tomó la molestia de pasar al muelle, eran las seis con treinta de la mañana y quería ver la salida del primer rayo del sol. Sentir su calidés en su cuerpo.     Tomó asiento en una de tantas bancas, color rosa, para esperar la llegada...
     -Jaime, lavate las manos y vente a comer. Tu plato esta servido.-Llegó de golpe el recuerdo de aquella tarde en casa de su abuela. Recordó  a la regordeta Blaza. la vecina. La misma que cantaba las canciones de Pedro Infante y Lorenzo de Monteclaro de manera desafinada, mientras él se escondía entre los lavaderos y el baño maloliente al fondo del patio. Vino a su mente, como torbellino, la imagen de ese niño, ahí sentado en posision fetal, muerto de... miedo.
     -Uno, dos, tres por mi y por todos mis amigos.-gritaba uno de sus primos.
     A él nunca lo encontraban. La vecina le producía un tipo de miedo, o al menos eso es lo que Jaime creía sentir; pero amaba sus caramelos.

     Por fin el sol salió y la niebla poco a poco desapareció. Se fué.
     Jaime se puso en pie y siguió el rumbo de su destino.

     -Mi vida no es interesante-pensó-, lo era cuando tenia diez, cuando tenia dieciocho.

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