viernes, 8 de febrero de 2008

Rosa, la bella.


Ha pasado mucho mas de medio siglo, pero aún tengo grabado en la memoria el momento preciso en que Rosa, la Bella, entro en mi vida, como un angel distraido que al pasar me robo el alma. Iba con la Nana y otra criatura, probablemente alguna hermana menor. Creo que llevaba un vestido color lila, pero no estoy seguro, por que no tengo ojo para la ropa de mujer y por que era tan hermosa, que aunque llevara una capa de armiño, no habria podido fijarme sino en su rostro.

Habitualmente no ando pendiente de las mujeres, pero habría tenido que ser tarado para no ver esa aparición que provoca un tumulto a su paso y congestionaba el trafico, con ese incrible pelo verde que le enmarcaba la cara como un sombrero de fantasia, su porte de hada y esa manera de moverse como si fuera volando.

Paso por delante de mi sin verme y penetró flotando la confitería de la Plaza de Armas. Me quede en la calle, estupefacto, mientras ella compraba caramelos de aníz, eligiendolos uno por uno, con su risa de cascabeles, héchandose unos a la boca y dandole otros a su hermana.

No fui el unico hipnotizado, en pocos minutos se formó un corrillo de hombres que atizbaban por la vitrina. Entonces reaccioné. No se me ocurrió que estaba muy lejos de ser el pretendiente ideal para aquella joven celestial, puesto que no tenia fortuna, distaba de ser buan mozo y tenía por delante un futuro incierto. ¡Y no la conocía! Pero estaba deslumbrado y decidí en ese mismo momento que era la unica mujer digna de ser mi esposa y que si no podia tenerla, preferiría el celibato.

La seguí todo el camino de vuelta a casa. Me subí en el mismo tranvia y me senté tras ella, sin poder quitar la vista de su nuca perfecta, su cuello redondo, sus hombros suaves acariciados por los rizos verdes que escapaban del peinado. No sentí el movimiento del tranvia, porque iba como en sueños.

De pronto se deslizó por el pasillo, y al pasar por mi lado sus sorprendentes pupilas de oro se detuvieron un instante en las mias. Debí morir un poco. No pude respirar y se me detuvo el pulso.

Cuando recuperé la compostura, tuve que saltar a la vereda, con riesgo de romperme algun hueso, y correr en direccion a la calle que ella había tomado. Adiviné donde vivía al divisar una mancha color lila que se esfumaba tras un portón. Desde ese dia monté guardia frente a su casa, paseando la cuadra como perro huacho, espiando, sobornando al jardinero, metiendo conversacion a las sirvientas, hasta que conseguí hablar con la Nana y ella, santa mujer, se compadeció de mí y aceptó hacerle llegar los billetes de amor, las flores, y las incontables cajas de caramelos de aníz con que intenté ganar su corazón.



***La casa de los espiritus, Rosa, la Bella, Isabel Allende.

1 Responses (Leave a Comment):

caesar dijo...

yo tengo el de, Eva Luna..
es bueno, aunque no lo termine..
saludos caon